viernes, 20 de agosto de 2010

De aquí del otro lado..... Quién manda en realidad?

Para América Pacheco con todo mi cariño.


"Y cuantos años tiene ya aquí?

Lo veo fruncir el ceño. Sigue marcando mis compras en la caja registradora. Veo que toma aire.

"Ya diecisiete años señorita y no me dan ganas de regresar nunca, fué bien difícil pasar, estuvo bien ruda. Toda mi familia ya está completita aquí. Todos legales. ¿Pa' qué regresamos? aquí tenemos todo. Allá trabajaba de camionero. Muchas horas y poca paga. Acá, trabajo de 8 a 3 de la tarde y gano mucho, tengo una casa, tengo un cochecito, tengo Medicare y mis dos hijos ya están en el college. Ni las tortillas extraño. Acá las hacemos igualitas. Además, si quiero algo de allá, me paso a Tijuana."

Noto como el acento que le escuché al principio medio pocho se torna más norteño mientras me habla de Santiago, Nuevo Léon, lugar adonde nació. Veo en su cara una mezcla de disgusto y satisfacción. Como si añorara su tierra y como si no. Como si la nostalgia no tuviera peso en su vida. Pero ahí está, escondida.

"Sabe que?" Leo su nombre en su gafete. "Felipe?"
"Me parece muy bien que esté feliz y aquí tenga todas las opciones que allá no tuvo, ni sus hijos tendrían, además, para como está el país, a usted le hubiera tocado toda esa violencia, aquí vive tranquilo" le comento tratando de ser empática y recordando que calladita soy más bonita.

"No na' mas a mi, mis hijos seguro ya serían narcos. Y no uno doctor y el otro arquitecto que es pa' lo que estan estudiando. Nunca les hubiera podido dar lo que tienen aquí. Aquí vivo tranquilo pero pasan otra clase de cosas. A veces se ponen los güeros rudones, pero no siempre. Your total is $27,70" me contesta.

Le pago y me despido. Le extiendo la mano en agradecimiento porqué lo que me contó me emocionó. Se quedó viéndola dos segundos extrañado y me la dió con un apretón fuerte y una gran sonrisa. Creo que debe ver pasar aquí a muchos paisanos que viajan retacan sus carritos de super y se maravillan de la tienda. Pero ninguno le debe hacer plática ni mucho menos un reconocimiento por haber pasado de todo antes de tener el "American-would-almost-be-perfect-if-I-wasn't-mexican-way-of-life".

Bajo en Tijuana con mis 5 maletas, mis 3 hijos y mi mamá. Prácticamente, vengo de jefe de familia. Tomo el taxi mexicano que te lleva a la garita, que te baja con todo y petacas y te espera del otro lado para llevarte a tu destino. Mi viaje me lo cobran en dólares. 90 usd por el trayecto completo. Los taxis tienen doble placa. Las de allá y las de acá. Pasan por un carril especial. Nadie les revisa el interior. Solo les revisan su permiso y pasan. Ellos no cometen errores ni violan la ley. Saben que se les terminaría el negocio.

Espero pacientemente una hora de fila para poder llegar con el oficial de aduana. He observado gente en ropa deportiva en bicicleta, de ambos países. Como si pasear en Tijuana fuera idílico. Y gente que cruza a San Diego con visas legítimas, pero que no son de ellos. Ví como tiraron a una chica al suelo, así como en las películas. La esposaron y la llevaron a un cuartito. El oficial se ha de haber reido de mi cara de susto y me explicó que por lo menos 4 veces al día, detienen a estos "scammers" que intentan pasar con visas prestadas. Y lo peor es que no los deportan inmediatamente. Los llevan a la cárcel un tiempo para que "aprendan". Escucho como los oficiales son amables pero gritones. Mientras salgo con toda mi tribu, escucho como uno le dice al otro "I'm tired of this, man, this people are killing my liver". Yo prefiero correr a la salida antes de pensar que se referían a mi y a mi problemática y cargada prole.

Veo el contraste entre Tijuana y San Diego. Dividido por una montañita y una cuenca. Hay unas casas en un cerrito en Otay que ven hacia los dos lados. Se vé la bandera monumental de México y del otro lado la norteamericana. De repente, alcanzo a ver la montañita con la barda de púas en medio y las dos banderas ondeando. De foto. Un lado hacinado, el otro limpio, desértico, listo para ser planeado y explotado.

No puedo evitar notar a todos mis compatriotas turistas. Porque nos hacemos notar afuerzas. He visto nuestro comportamiento en muchos lados del mundo. Pero no sé porqué aquí somos especialmente mamilas. Debe ser porque sentimos California como nuestra y robada por los malditos güeros. Y la tratamos de reconquistar con nuestros capitales que insistimos en gastar cada determinado tiempo en cantidades industriales de ropa que nunca acabaremos de usar. En el último gadget que lo más seguro es que botemos en 3 meses cuando salga uno nuevo. En mantelitos y cochinaditas para la cocina. Edredones, cojines, corbatas. Unos zapatos que eran medio número más chicos pero estaban en oferta. Y que cuando llegamos a casa los arrinconamos en el closet y los regalaremos en un año cuando nos acordemos de ellos. Con la etiqueta puesta. Gastamos y gastamos. Y blofeamos y fanfarroneamos. Y nos sentamos en los restaurantes carísimos y pedimos cantidades exhorbitantes de comida. A veces ni le entendemos al menú, pero pedimos lo más caro. Y como no nos gustó, porque como no sabíamos que no era filete sino lengua de res, lo dejamos. Gritamos para que nos oigan que nos la pasamos padrísimo y somos felices. Así vivimos. En el desperdicio y el exceso. Que se nos note lo pudientes, que caray. Y obedecemos las reglas de tránsito, de comportamiento y de respeto que en México ni por equivocación acataríamos. Porque de regreso a nuestra casa, la realidad es otra. Violenta. Triste. Endeudada. Pero también apática, de poco respeto y tolerancia hacia los demás.

Y estos migrantes, que sufrieron recorrer todo el país para llegar a la frontera, que fueron victimas de polleros que los pasaron en trailers escondidos o abandonándolos en el desierto a su suerte, que se escondieron de la migra y de los minute nazi men, que están luchando contra las leyes racistas y contra el subempleo, viven mejor que nosotros. No es nada más por ganar mejor. Es calidad de vida. Es tranquilidad. Es capacidad de desarrollarse. Por eso luchan para quedarse allá. Porque nosotros ni nadie luchamos ni por ellos ni por nuestro país. No es sólo "estamos limpiando la casa y por eso se ve el polvo". Es que nadie ha pensado en darles una oportunidad para reintegrarse al país y que tengan las mismas oportunidades que tienen allá. Pero si ni siquiera podemos salir a la calle con la certeza de que no nos pase ningún acto violento. Entre eso que deberíamos ofrecer, incluye el civismo del que carecemos. Y nos quejamos de las leyes que los deportan de regreso, porque en realidad no los queremos aquí. Cuantas veces has pensado: Ya somos muchos!!! Qué allá se queden!!! Aquí como le hacemos!!! (sic). Confesemos. No piensas eso cuando escuchas a los políticos defender a los migrantes, en parte por buscar popularidad electoral y en parte porque no hay que ofrecerles, solo la miseria a la que estaban condenados antes de irse para el otro lado. O la delincuencia organizada que los está esperando.

Días despúes, veo la noticia de la ejecución del Alcalde de Santiago, Nuevo León, Edelmiro Cavazos. Don Felipe, el cajero del Whole Food's en University City, Santiagüiño de nacimiento, tiene toda la razón: "En México, señorita, ya no sabemos quién manda. Aquí si lo sabemos y por eso respetamos"...