La película multipremiada se llama “Judgement at Nuremberg” y es del año 1961, basada en el libro de Abby Mann. Dirigida por Stanley Kramer y protagonizada entre otros por Spencer Tracy como el juez y Burt Lancaster como el nazi juzgado. La cinta se centra en los juicios sostenidos por las autoridades de los 4 poderes (Francia; Gran Bretaña, URSS y Estados Unidos) en contra de varios de los sectores de poder en la Alemania Nazi. En este caso, vemos el proceso dirigido hacia los jueces del Tercer Reich, encargados de redactar las leyes del nuevo orden y sentenciar a quienes no entraban en el nuevo régimen.
Lo interesante de esta película, se centra en los monólogos del Nazi y del Juez. En un momento determinado y en contra de las instrucciones de su abogado, que quiere salvarlo a toda costa -por el bien y la moral del pueblo alemán- el Nazi (Burt Lancaster) decide hablar y explicar sus causas:
“Para poder testificar, antes hay que entender el período en que sucedieron los acontecimientos. Después de la primera guerra, había desgracia, vergüenza, hambre. Y entonces apareció Hitler y nos dijo: “Levanten la cabeza, estén orgullosos de ser alemanes, hay demonios entre nosotros como los comunistas, liberales, judíos, gitanos. Cuando erradiquemos a estos demonios, nuestra miseria terminará”. Era el cuento del cordero sacrificado. Lo que algunos de nosotros sabíamos bien, era lo que en realidad encerraban esas palabras. Pero no hicimos nada. ¿Qué más daba si unos pocos extremistas liberales o algunas minorías étnicas perdían sus derechos?. Nos callamos, tomamos partido y efectuamos acciones. No por nosotros, sino por nuestro país. Mi abogado los quiere convencer de que no sabíamos nada. Quizás no sabíamos los detalles y lo más seguro es que aparentábamos que no sabíamos nada. Pero repito, todo lo hicimos por nuestra amada patria”
Antes de que haya una mala interpretación incendiaria, no es intención la comparación del aberrante Hitler con ningún gobernante. El tema en este caso es la justificación de acciones por el amor por la patria, argumento que siempre pesa en el énfasis del discurso, pero no vale para nada cuando no hay resultados reales. El problema reside en que las personas en el poder no viven lo que el resto de sus gobernados. Desde sus oficinas blindadas dictan las órdenes que ellos perciben serán las mejores y las publican en todo momento. No lo hacen por maldad. Lo hacen por egocentrismo y a veces por desesperación. Nadie puede ser caballero templario de la patria y lograrlo a la primera cruzada. Los períodos presidenciales duran solo 6 años, divididos en años de apoderamiento, años reformistas de supuesto cabildeo sin resultados y años de Hidalgo. Cuando se dice que el Presidente no nos dejará solos, existe un error de origen. Porque falta muy poco para que deje el puesto. Para que ceda esta lucha en manos desconocidas (o reconocidas) ávidas de llegar e instalarse, dándole tiempo a los malos de rearmarse ante la indiferencia temporal del gobernante del momento y hacer más daño sin piedad.
Una guerra inútil, porque no se han dado otros pasos indispensables para poder combatir al crimen, reforzar el país y darle certeza a la sociedad. Las anheladas reformas que hacen falta como limpiar y reformar el sistema judicial, el legislativo, vigilancia estrecha a los bancos, rendición de cuentas y transparencia verdadera, no de discurso. Tener los tamaños para meter a funcionarios públicos corruptos a la cárcel con sentencias ejemplares. Agilizar el sistema de juicios. Reducir el número excesivo de legisladores. Limpiar sindicatos ladrones. Renovación de planes de estudio y evitar que la educación siga siendo rehén de unos cuantos. Quitar el presuntuoso fuero. Algunas propuestas de las que menciono aquí parecerían inviables para algunos que nada más buscan en donde hincar el diente para seguir viviendo del erario o mantener su poder. Pero es lo mismo que decir que la gente inocente que muere todos los días son minorías colaterales. Acusarse unos a otros de no conseguir las reformas necesarias, sigue sin ayudarnos a avanzar. Lo que no hay, es voluntad real. Es un debate estéril, en donde el país es el único perdedor.
En la película, el Juez (Spencer Tracy) logra un mensaje que no tiene desperdicio en el momento de la sentencia al Nazi:
“Comprendemos la tortura de su alma patriota. Sin embargo, eso no debe opacar la tortura de millones que murieron bajo el gobierno del que usted formó parte. Si los acusados que están aquí, fueran depravados o maniacos, la tragedia sería justificada al nivel de un terremoto o una inundación. Pero el juicio que hemos presenciado, demuestra que hombres buenos – y a veces extraordinarios- no pueden con la presión de una crisis nacional, llegando a extremos histéricos como para cometer crímenes y justificarse patrióticamente por ello. Nadie que haya estado en este juicio, olvidará nunca la mutilación de un hombre por sus creencias políticas o el asesinato de un niño inocente. Qué “fácil” puede suceder esto. En estos tiempos, en mi propio país (E.U.) hay quienes hablan de proteger nuestra patria de nuestros enemigos. De sobrevivir. ¿Sobrevivir a qué?. La patria no es una piedra. No es una extensión de nosotros mismos, ni como gobernantes, ni como ciudadanos”
La patria no es solamente un estado abstracto. Es lo que nos une como sociedad. Nos otorga identidad y comunidad. Todos pertenecemos a ella y ella a nosotros. No es el lugar común de unos cuantos. Y se debe de regir con justicia, verdad y sobretodo, respetando el valor de la vida de sus ciudadanos. Hemos perdido como mexicanos el sentido de patria, nuestro nacionalismo sólo aparece cuando es 15 de septiembre o cuando gana la selección de futbol. En estos tiempos violentos, no debe haber héroes, eso no es justo para nadie. El camino del heroísmo es duro, no sólo para el protagonista, sino para los que supuestamente debe salvar. Sin embargo, nuestros “héroes” están hoy más preocupados por hacer caja chica para su campaña electoral, que por sacarnos adelante. Están más preocupados por los niveles de popularidad que por cuántos enfrentamientos hubo en la semana o sí las reformas que se encuentran en el tintero son elemento de negociación, en vez de entenderlas como necesarias y urgentes para el país. Están más preocupados por destacar sobre el contrario y ganar el puesto para la “grande” que en hacer el trabajo primario para el que fueron designados o elegidos. Son más prototipos de antihéroes barrigones que de funcionarios éticos apegados a la justicia y legalidad.
Al final de la cinta, el Juez visita al Nazi en la cárcel. El Nazi le asegura: “Nunca supe en qué momento empezó toda esta locura y en qué momento me uní a ella”.
El Juez le contesta: “Empezó en el momento en el que sentenciaste a morir al primer inocente por el bien de tu patria”.
¿Qué tanto se justifica hacer algo que es aberrante, qué podía haberse prevenido con otras acciones concretas y así avanzar hacia un Estado de Derecho en pleno funcionamiento?
En estas líneas, me refiero a la desesperanza, de cómo líderes vacíos y ambiciosos aparecen para prometernos la igualdad y seguridad aprovechándose del desánimo nacional, cómo a nadie le importa nada sino su propio bienestar. Una reflexión muy personal de cómo los hombres que anhelan paz y justicia, se corrompen en el camino cediendo a los intereses de grupo, que al final acaban siendo propios. Aparte del color del que sean sus ideas, todos tarde o temprano ceden ante la ambición.
La polarización, el resentimiento, el desánimo, vivir en ciudades caóticas y violentas, ser testigos apáticos de las acusaciones entre frentes de diferentes ideologías, la poca disposición a trabajar juntos a pesar de las diferencias, todo esto, nos hace culpables de algo que en principio nos parecía aberrante. Somos cómplices del nuevo régimen autoimpuesto: El egocentrismo y la parálisis. Ambos provocados porque nadie está dispuesto a ceder por el bien común y sí a pelear por los intereses propios, desde empresarios, jueces, sindicatos, legisladores, gobierno, sociedad y un largo etcétera.