Porque la vida esta hecha para amarnos...
Creo que pocas personas como tú han hecho reir tanto a la gente. Con ese humor tan negro que heredé de ti. Pero sólo en determinados momentos. Para decir las cosas importantes, a mi también me cuesta trabajo y a veces nuestros chistes sólo los entendemos nosotros. Recuerdo como me ponías mi colchoneta esa pesadísima en las noches. Yo creo que por eso me gusta dormir con muchas cosas encima. Y cuando me llevabas a la escuela a las 6 am, íbamos oyendo Batas, Pijamas y Pantuflas. Y los Domingos de hotcakes, adonde todos los vecinos echaban grito para que les tocara también, eso también lo hago con mis hijos, que no con los vecinos, que por casualidad, son los mismos. Con Mozart de fondo musical. Con el periódico para niños al que me suscribiste mientras tu leías El Universal o tu revista Proceso. Con la ida a a misa a Nuestra Señora del Líbano en bici y como nos reíamos del canto en arameo y de la consagración porque no entendíamos nada, pero tu me decías que sonaba padrísimo y que era más espiritual porque tu le ponías las palabras que querías. Y tus fotos. Miles de fotos que tomabas. Fui la niña más fotografíada del planeta. Y algún proyecto que jamás terminabas. Armar un coche a escala. Un mueble que se quedó incompleto para siempre y que cada vez que paso y lo veo como ayer, me acuerdo de ti, subido en una escalera dándole con el martillo. Tu colección de Ray Ban que tengo yo y que no uso nunca y que sería la envidia de muchos. Tu Cadillac 1945, año en que naciste y que con su azul impecable fue a parar a un coleccionista que nos dijo ahora que lo podíamos ir a ver. Tu micrófono de la XEW, tu colección de discos de música clásica que hizo que Amado de Aguilar llorara al verla. Tus comidas excelentes, adonde la gente siempre aplaudía. Tu sopa húngara (fetuccinis con col y pimienta). Tus medallones con jamón y ajos. Tu salmón con salsa de caviar (que por cierto traías en tus viajes siempre escondido en tus sacos, no sé como nadie se murió). La botella de Lambrusco (que trajiste de Italia también escondida) como escultura, que alguien acabó teniendo en su sala. El port salut que nunca faltó en el refrigerador, junto con el fruit cake de mi abuelita, que mojabas cada semana con brandy y NADIE se comía. Creo que si busco todavía habrá un pedazo en el refri de mi mamá. De tus libros de arte. De tu colección de Playboy desde 1967 hasta 1985, año en que mi mamá descubrió que iban mis amigos a la casa para verlas a escondidas y la desapareció.
Ese año junto con la colección de revistas, también te fuiste tú.
Yo te perdí muchísimas veces, pero siempre te recuperaba de regreso, para esperar a que te fueras otra vez, ese era nuestro ciclo.
Viajaste por el mundo. Conociste todo lo que pudiste, hiciste cosas que nadie hizo. Como caminar con un mariachi por Trafalgar Square y entrar a un lugar adonde sólo tocaban músicos BATHM. O abrir más salones en el hotel Palace de Madrid porque la gente oía a Lola Beltrán cantar un 15 de Septiembre y querían entrar. O llevar comida oaxaqueña a Paris. O rogarle a Plácido Domingo que no se exiliara de México. O decirle a Hank que los ejes viales eran una porquería. O pintar un mural de la bahía de Curazao en pleno Reforma sin permiso. O decirle a algún periodista prófugo conocídisimo que tenía nuestra casa si quería esconderse. O vacilarte a la gente en tiempos sin google que tu habías cazado osos en Africa. O cuando me hablaste durante muchísimo tiempo de Perú y me dabas a probar el Pisco Sour.
Lima me recibió como casa. Y lo digo no por lo amable, que lo es, sino porque es igualíto al D.F. Despúes de 6 horas en un avión, pensé que me habían traído dando vueltas y me habían bajado en Viaducto. Cuando te dije que venía, me pediste una botella de Pisco y los sobres para hacer el Sour. Durante los 3 primeros días tomé mis fotos acostumbradas de la comida, de los mercados, de las ruinas, adonde casi nunca salgo yo, porque eran para ti, aún y cuando estuvieramos enojados, siempre te guardaba el comentario o la foto para cuándo ya nos habláramos. Me dijeron que te reiste cuando te dije por teléfono que ya tenía tu botellita de Pisco. Cuando probé los mariscos y las papas, pensé inmediatamente en copiar la salsa Huancaína, para dártela la siguiente vez que te viera. Me metí en el blackberry a buscar si había receta, pero le pedí al chef de la Rosa Naútica que me diera la suya. Recuerdo que le dije "Con esta salsa me apantallo a mi papá". Tu más grande orgullo fué que me hiciera chef. Siempre nos gustaba hablar de todo lo que correspondía a la comida, nos llamábamos cuando salía un programa interesante en la tele de eso. Nos las dábamos de conosseurs y gourmands, par de mamilas...
Había comido un sandwich de lomo salteado con queso. Ahí en el hotel, estaba esperando a que la junta de mi marido terminara. El mesero me vió con cara de pobre mexicana cuando le pedí algún tipo de ají. Me trajo mi salsa huancaína y una salsa de ají rocoto que pica como el demonio. Lo acompañé con el pisco sour que podría haber tomado desde el desayuno y no darme cuenta que me podría volver alcohólica. Esos días habíamos ido a la Plaza de Armas, a la Catedral, a las Catacumbas, a un antro de valsesitos peruanos, a la plaza de San Martin, a tomar más pisco y más papas a la huancaína.
Sábado. El clima húmedo. Frio con sol. Mi clima favorito. La comida deliciosa. Una terraza perfecta. Y la llamada que jamás quise recibir. Y tu voz en hilo. Y yo controlando mi sentimiento porque me dijeron que no querían que te alteraras. Siguieron dos días de intentar, gritar, de solidaridad de amigos que intentaron todo desde México para que yo pudiera llegar verte. De miles de mensajes, de llamadas, de lágrimas de impotencia, de desesperación. Mientras más te consuelan, mas te duele.
El Domingo dejamos de intentar regresar. Habíamos hecho todo. Pude hablar contigo y tratar de despedirme. Pensé que en la lista de espera del vuelo en la que estaba algo podría suceder. Pero inesperado como siempre fuiste, tu tampoco quisiste intentarlo más. Tu cuerpo se cansó de esperar, no a mi, a la vida. Sé que me esperaste hasta donde pudiste. Sé que me escuchaste. Se que sonreiste con lo que te dije. Se que me perdonaste y escuchaste cuando te dije que yo estaba en paz contigo. Se que pensabas en mi. Y sabías que pensaba en tí. Y que la vida fué una circunstancia y sobreviviste a ella. Y yo sobreviví también.
Tuvimos que seguir el viaje. Me maravillé de lo que ví. No sólo por lo hermoso, sino porque tú y mi mamá me lo habían platicado y los dos estuvieron presentes en cada paso que dí. Porque decidí que eso era lo que tenía para llorarte. Sólo belleza alrededor. Porque alguien que amo con todo el corazón me dijo que tenía dos opciones: encerrarme en mi cuarto a llorar hasta que regresara o salir y seguir adelante con el viaje. Asi como una analogía, decidí salir adelante.
Ahora que no estás es cuando más te tengo conmigo. Subimos la montaña de Machu Picchu juntos. Ahí grité tu nombre. Pensé que me había despedido. No sabía que lo que había hecho en realidad era soltarte al viento para que regresaras completo a mi corazón. Esas partes tuyas que nunca tuve y que ahora son parte de mí.
Siempre te había recuperado Pá, después de tantos desencuentros. Ahora, no sólo te recuperé otra vez, sino que esta es la definitiva, jamás te volverás a ir....
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