De verdad que no soy malintencionada, pero odio a la gente que ama la Navidad. La celebración se me hace tan cursi, tan falsa y tan sin sentido que hasta preferiría adoptar el rollo de Thanksgiving porque lo siento mas honesto. Pero si debo decir que soy una entusiasta del maratón Guadalupe-Reyes. De chiquita me encantaba, lo acepto, pero ya más grande sólo sentía que era una fecha cualquiera adonde mi familia (o adonde rebotábamos para cenar) la agarraba de pretexto para hacerte sentir que te hacían el favor de que te sentaras en la mesa. Los regalos de mis primos siempre eran mucho mejores que los míos. Siempre fui la oveja negra y no era precisamente muy bien recibida en ninguna casa, así que los únicos que me consentían eran mis abuelos y cuando la edad de la desilusión me llegó ya se habían muerto los dos. Cabe aclarar que era la oveja negra porque hasta el día de hoy, mis tios piensan que YO enseñé a fumar a mis primos, YO les enseñé a robarse el coche, YO les decía que llegaramos tarde de la bailada, es más, YO les dije que nos fueramos de pinta a Teques, pero" casualmente" no fui, cuando en realidad, fueron ellos los que me enseñaron todo eso a mi. Ahora por más amor que me tengan (y me costó trabajo recuperar) porque ya vieron que si soy linda y buena persona, no me creen nada.
Cuando nacieron mis hijas, recobré el sentido de ser feliz en la Navidad. Me esmeraba muchísimo en arreglar la casa, en los regalos para todo el mundo, en hacer bacalao para la cena. Cuando vivíamos en Madrid, la primera Navidad conseguí un árbol con luces decorado de IKEA en media hora, ante la impresión de mi suegra (lo cual me hizo muy feliz) que maravillada decía "M'ija, que bárbara, que buena eres para estas cosas". Salíamos a caminar y a oir los villancicos y a comer castañas asadas, a buscar los dulces a granel en el súper. Pero los niños crecen y la verdad, la ilusión de los papás disminuye.
Hace un año, puse el árbol por ahí del 15 de diciembre. Y de hecho, namás puse las luces. Odio poner las luces porque sé que las tengo que quitar en un mes. Bueno, hubo algún árbol que se quedó hasta fines de febrero.
Este año, con toda la premura que nos meten las tiendas, como Navidad en Noviembre, me hice la promesa de tener unas fiestas como las que tenía chiquita. Y más porque mi hijo el más chico perdió la ilusión de Santa por unos grandulones chismosos.
"Má, no me mientas más por favor, sé que Santa son los papás" me dijo.
"Ay como crees? qué amargado te dijo eso?" le contesté como en damage control mode.
"Me has mentido nueve navidades seguidas, ya no lo hagas más, me merezco la verdad" me replicó con esas palabras que le salen de no sé donde y las heredó de no se quién.
Ante este episodio de mini Marga López, decidí que la Navidad sería como me acordaba que debía ser.
El Domingo en la mañana, nos aplicamos para ir a comprar el árbol. Jorgito y yo caminabamos por un lado mientras mis hijas y mi marido caminaban por el otro. Cuando lo ví, he de confesar que supe que ése era. Atado aún, entre varios más. Tuvimos que mover los de adelante para sacarlo. Había tanta gente que el niño y yo decidimos cargarlo solos. Había más gente en la fila asi que usé los servicios de mi officeboy personal y lo dejé formado para pagarlo mientras yo lo llevaba a que le pusieran la base. Era tal mi desesperación (y mi alergia) que ni pedí que lo desataran, sólo que le clavaran la base y así me lo subieran al coche.
Despúes de ponerle luces y decorarlo, el árbol se veía lindo en mi sala. Arreglitos por todos lados, luces en el jardín, esferas rojas enormes en la fuente, olor a manzana y canela, etc etc. Pero no conseguía ser feliz. Ya horneé lo que tenía que hornear. Ya están los regalos listos. Ya está la casa decorada a modo de mi humilde visión navideña. No encontraba el porqué no estaba sintiendo la fiesta. Digo, mi pá ya no está, pero tampoco era como que pasábamos todas las navidades juntos. Cada vez que entraba a mi casa, me venía como una cosa de insatisfacción. Hoy en la mañana mi vecina me invito a su Winterwonderland personal y me impresionó hasta el más mínimo detalle, por ahí me dijeron que su casa no era apta para corazones débiles (gracias B). Salí con una sensación peor de como la tenía. Seguía pensando que porqué si todo el mundo estaba emocionado y decoraba y regalaba y hacía planes de fiestas, cenas y comidas y yo nada más quiero pegarme a los planes y sigo recibiendo regalos pero no me siento emocionada.
Hace rato dí con la respuesta. La Navidad está vacía. Los abrazos son vacíos. Los regalos son a fuerzas. Ok, con sus excepciones. Las fiestas son competencia de a ver a quien le quedó mejor. Recibes gente que no ves en todo el año y nada más se aparece porque dicho sea de paso, les darás un super regalo como todos los años y cenarán en mi casa como en el mejor restaurante. Este año, en lugar de unas excelentes botellas de vino, decidí darles galletas como ellos hacen conmigo. Las personas que somos creyentes celebramos y agradecemos todos los días. Las personas como yo, juntamos a nuestra familia todos los domingos para compartir. Regalamos sin razón, "porque lo ví y me encantó para tí". Nos felicitamos por los logros que se tengan y nos consolamos cuando andamos down. Cuando nos saludamos nos damos un gran abrazo y cuando nos despedimos decimos "que te vaya bien, cuidate mucho" desde el fondo del corazón. No necesito una celebración en especial para acordarme de nadie. No necesito decorar mi casa para competir con el resto de los vecinos. No necesito la Navidad para acordarme de lo verdaderamente importante.
Sin embargo, para decir algo en mi defensa que no moleste a los proNavideños, mi cartita incluye cosas muy importantes y trascendentes como una Mac Pro y un viaje a Madrid. Quién quita y pega y me lo dejan debajo del árbol el 25...
No hay comentarios:
Publicar un comentario